viernes, 20 de marzo de 2009

NOTIAS SOBRE DARWIN

La jirafa, el elefante y el hombre: historias de evolución

Publicado el 05/Febrero/2009 11:15

PARIS.- Charles Darwin fue un apasionado observador de los animales, hasta el punto de que tocaba el piano para gusanos a fin de evaluar su capacidad auditiva y, desde el "pinzón de Darwin" hasta el elefante, pasando por la jirafa, los animales tienen un lugar emblemático en sus escritos.

Los pinzones de las Galápagos:Durante su viaje alrededor del mundo (1831-1836) a bordo del "HMS Beagle", Darwin quedó maravillado por la diversidad de las especies de las Galápagos (Ecuador), sorprendente para unas islas tan pequeñas y tan alejadas del continente.
Los pinzones, de picos diferentes según su régimen alimentario, dibujados y clasificados por el ornitólogo John Gould, se convirtieron en símbolos de la evolución."Podríamos figurarnos realmente que, a causa de una pobreza original de pájaros de este archipiélago, una sola especie ha sido modificada para alcanzar objetivos diferentes", excribió Darwin en 1845.

La jirafaLa jirafa simboliza la ruptura entre el francés Jean-Baptiste Lamarck, naturalista de renombre del siglo XIX, y la revolución darwiniana.
Para los lamarckistas, generaciones de jirafas estiraron el cuello para alcanzar las hojas de los árboles y poder alimentarse. Esta "adaptación", transmitida a sus descendientes, desemboca finalmente en la jirafa actual.
Para los darwinianos, las jirafas nacen, al azar de las variaciones entre individuos, dotadas de cuellos largos o cortos. Las que tienen el cuello más largo están mejor adaptadas a su medio ambiente y se reproducen con más éxito: tal es la selección natural.

Los elefantes:Darwin calcula que una sola pareja de elefantes puede producir teóricamente en 500 años unos 15 millones de descendientes. Pero la estabilidad de los efectivos demuestra que, en realidad, algunos individuos desaparecen en la competición por los recursos, mientras otros sobreviven. La idea, inspirada en las teorías del economista Thomas Malthus, contribuye a explicar la selección natural.

El hombre desciende del mono:La frase no es de Darwin. Apareció en el marco de los encendidos debates provocados por la publicación de "El origen de las especies"."Me gustaría saber si usted desciende del mono por parte de padre o de madre", dijo el obispo de Oxford Samuel Wilberforce al increpar al joven biólogo Thomas Henry Huxley, amigo de Darwin.Cuando explicó que todas las especies, incluyendo el hombre, descienden de uno o varios antepasados comunes, Darwin trastocó la visión cristiana de la creación divina de las especies, inmutables e independientes unas de otras."En una serie de formas que pasan, por grados imperceptibles, de una criatura simiesca al hombre tal cual existe hoy, nos sería imposible fijar el punto preciso a partir del cual debería utilizarse la palabra 'hombre'" ("La descendencia del hombre").
Hora GMT: 05/Febrero/2009 - 16:15


La herencia de Darwin
06/02/2009
Desde tiempos preevolutivos, o incluso prebiológicos, la biología lleva dividida en dos bandos. En el siglo XVII, los contendientes vinieron representados por René Descartes -que explicaba el conocimiento humano por la existencia de ideas innatas- y John Locke, para quien la mente absorbía toda su estructura del entorno. La versión evolutiva de Locke es el darwinismo: los seres vivos absorben su estructura del entorno, puesto que todos sus dispositivos y funciones especializadas son adaptaciones al medio, y es el medio quien decide qué individuos sobreviven y dejan descendencia. Ésta es la teoría de la evolución por selección natural, publicada por Darwin en 1859.
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La versión evolutiva de Descartes es el formalismo, o estructuralismo, representado ante todo por la gran tradición de la morfología alemana, que admite los efectos del entorno sobre las adaptaciones locales, pero no los considera una explicación satisfactoria del funcionamiento de los seres vivos, de su lógica interna más profunda.
Para esta escuela, los procesos evolutivos a gran escala ocurren en buena medida promovidos desde dentro, como consecuencia de cambios en los procesos fundamentales del desarrollo; en términos actuales, valdría decir que la evolución está en parte codificada en el genoma; que está impulsada, facilitada o canalizada por algún tipo de motor interno del cambio.
Por todo lo que sabemos hoy, ambas ideas son fructíferas. Y hay que decir en honor de Darwin que su mecanismo evolutivo,
la selección natural, tiene una profunda relación con ambos.
La gran percepción de Darwin fue que lo que hacía especiales a las entidades biológicas era su capacidad para sacar copias de sí mismas. Porque esa propiedad puede hacer que un pequeño sesgo colonice una población entera en unas cuantas generaciones. Ésta es la esencia de la selección natural. Quienes compiten pueden ser los individuos dentro de una especie, como en la selección darwiniana clásica, o los genes dentro de un genoma, como en algunos de los más recientes modelos de generación de nuevas especies. Lejos de refutar a Darwin, todo este conocimiento es la prolongación natural de su obra.
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Darwin y Humboldt

Hace 150 años tuvo lugar una reunión histórica de la Sociedad Linneo en Londres. En la sesión del 1 de julio de 1858 se leyó un artículo titulado “Acerca de la tendencia de las especies a formar variedades; y sobre la perpetuación de variedades y especies por medios naturales de selección”, el cual incluía un texto no publicado y una carta de Charles Darwin, así como un manuscrito de Alfred Russel Wallace. Ninguno de estos dos protagonistas estaba presente en la sesión, y no parece que los asistentes se hubieran dado cuenta, a juzgar por un resumen de las actividades anuales de la sociedad, del hecho tan trascendental que habían presenciado.
En aquellos días existían dos corrientes de pensamiento sobre el asunto: el creacionismo que todavía hoy defienden algunos fundamentalistas en Estados Unidos, y el concepto de evolución a lo largo de miles de millones de años pero cuyo mecanismo se desconocía. La lectura mencionada demostró que Darwin y Wallace habían descubierto en forma independiente que la selección natural era la respuesta, y bien se sabe que sus respectivos viajes por las regiones ecuatoriales habían sido fundamentales para llegar a tal conclusión. Aunque Darwin se llevó casi toda la gloria, gracias a su trabajo de largos años resumido en un libro de 1859 fundamental para la biología y la historia de la ciencia cuyo título es El origen de las especies, vale la pena señalar algunos aspectos del singular Wallace. En primer lugar, es una lástima que este personaje no creyera del todo en su teoría pues llegó a considerar que las facultades morales del hombre no podían provenir de la evolución sino de una misteriosa inteligencia. Pero es autor de una frase luminosa: “Los hombres blancos de nuestras colonias son con muchísima frecuencia los salvajes”. Además con una gran visión anticipatoria proclamó la necesidad de investigar científicamente los ecosistemas tropicales y criticó duramente la falta de cuidado que llevaba a la extinción de especies. La revolución científica que se comenta, tan trascendental y tan combatida como la copernicana en razón de que una y otra establecieron, respectivamente, que la especie humana no era ajena a leyes de la naturaleza y que no estaba situada en el centro del universo, tiene una muy significativa relación con Alexander von Humboldt. En su autobiografía escrita en sus últimos años, Darwin menciona los dos libros que más influyeron sobre él, uno de John Herschel sobre la historia natural y Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, de Humboldt. Tanto Darwin como Wallace hicieron sus más extensos viajes de juventud a Sudamérica, sin duda inspirados por Humboldt. Durante los cinco años de circunnavegación en el Beagle, Darwin pasó la mayor parte del tiempo en lugares favoritos del gran viajero alemán. Poco antes de este viaje, en 1831, Darwin escribe a su hermana Caroline: “Mi cabeza está recorriendo los trópicos: por la mañana me voy a contemplar las palmeras del invernadero, vuelvo a casa y leo a Humboldt; mi entusiasmo es tan grande que apenas puedo sentarme quieto en mi silla”. Ya en viaje escribe en su diario el 28 de febrero de 1832 al contemplar la exuberancia de la vida tropical: “Las brillantes descripciones de Humboldt no tienen parangón ni lo tendrán nunca; pero incluso él, con sus cielos azul oscuro y la rara unión de poesía y ciencia que de manera tan potente exhibe cuando escribe acerca del panorama tropical, se queda muy corto y no se acerca a la realidad”. Y en carta a su tutor Henslow un poco más tarde dice: “Nunca experimenté un deleite tan intenso. Antes admiraba a Humboldt, ahora casi lo adoro”. Las citas anteriores fueron tomadas de un bello ensayo del distinguido paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould sobre el pintor Frederic Edwin Church, Humboldt y Darwin, en el cual además sostiene la necesidad del encuentro entre arte y ciencia y pone como ejemplo al respecto la obra de los dos primeros nombrados. Dicho ensayo hace parte del libro Acabo de llegar, de la colección Drakontos de Crítica. Sin el viaje de Humboldt al nuevo continente es bien posible pensar en una tardía aparición de la teoría de la evolución. Si Darwin y Wallace hubiesen permanecido en Europa, sin conocer en sus viajes la diversidad biológica de los trópicos y sin observar las peculiaridades de vida en áreas aisladas o de poca comunicación con otras, muy difícilmente habrían podido formular y sustentar lo relativo a la selección natural. Un motivo más de gloria para Humboldt que pone de presente que no fueron en vano sus cinco años de penoso viaje, la recolección de seis mil especímenes de plantas, el dibujo de numerosos mapas de gran exactitud, las bellas descripciones de las tierras que visitó y, más tarde, los 25 años a lo largo de los cuales publicó 34 volúmenes de su diario con 1.200 grabados de cobre.